Al final, casi sin saber cómo, llega ese día. Algo en nosotras despierta para decirnos que ya no tenemos edad para quedarnos con las ganas, esa etapa en que caen los miedos y los límites dejan de tener abismos para alzarse en oportunidades.
Decía Jorge Luis Borges en el epílogo de sus Obras Completas que las personas somos nuestro pasado, nuestra sangre, todos los libros leídos y todas las personas a quienes hemos conocido. Sin embargo, a este listado tendríamos que añadirle algo más: también somos lo que no pudimos hacer en su momento. Somos esos vacíos, esos intentos fallidos donde se quedaron las ganas, esas que pesan mucho más que los errores cometidos.
Hay hechos que tuvieron su instante preciso, su mágica oportunidad y nunca más volverán a sucederse. Sin embargo, en cada nuevo amanecer se abren nuevas puertas por donde se intuyen vientos más frescos y espacios más nítidos para acercarnos con actitudes renovadas.
Antes de decirnos a nosotras mismas aquello de “a mi edad ya no toca” o “esas cosas no son para mí” hemos de ser capaces de despegarnos de esta triste melancolía para recuperar el hambre, para aunar las ganas y el placer de vivir a manos llenas y con el corazón encendido.
Ya no estamos para quedarnos solo con las ganas. Llega un momento en que detestamos la rutina, porque lejos de conferirnos seguridad nos parece ya como un triste invierno donde nunca llega la primavera. Muchas de nosotras nos estacionamos en nuestra “zona de confort”, sin embargo, esa seguridad no siempre hará que seamos más productivas o que nos sintamos más felices.
Percibir que nuestras áreas de confort se han quedado pequeñas, nos impulsa sin duda a cruzar las alambradas de nuestros miedos en busca de nuevas oportunidades. No importa la edad que marque nuestra identificación porque es el propio corazón quien enhebra la auténtica juventud, esa que aún anhela nuevas experiencias, nuevos sabores.
Visualicemos durante un momento el transcurso de nuestra vida. Lo más probable es que lo hayas hecho imaginando una línea recta. A tu espalda queda el pasado, con todo aquello que dejaste escapar, con todos tus intentos fallidos y tus caminos nunca explorados. Por otra parte, suspendido y justo en frente, se abre tu futuro, ahí donde se perfilan todas las oportunidades de progreso antes citadas.
Bien, en realidad no deberíamos pensar en nuestra vida de este modo: lo ideal es visualizarla en círculos, casi a modo de mandala. Son ciclos que empiezan y acaban y que a su vez, se engarzan los unos con los otros. Pensar en nuestra vida de este modo nos invita sin duda a reflexionar en varias cuestiones.
La primera es que las oportunidades perdidas del ayer, los errores o los intentos fallidos del pasado forman parte de un ciclo que ya ha terminado; ver que hay un inicio y un final en ese ciclo nos invita sin duda a iniciar uno nuevo con mayor solidez, sabiduría y esperanza.
Lo segundo es que cualquier cosa es posible: es un círculo abierto donde vuelves a ser receptivo a todo lo que te envuelve. Las oportunidades son múltiples y sin duda y no vas a quedarte con las ganas.
Y por último, vivir es al fin y al cabo construir un precioso mandala donde todo está en movimiento. Tú eliges ahora los colores, tú la que ya no va a quedarse con las ganas de construir la felicidad que desea y sueña.