Soy un hombre casado y confieso que sigo teniendo citas. Aún veo a una mujer increíble. No sólo me parece hermosa y tenemos un química extraordinaria, también es inteligente y divertida. Nuestra relación no se reduce al sexo, juntos vamos a tomar café, al cine, a exposiciones… Porque compartimos muchos intereses.
Cada vez que la veo, mi día se transforma. Si fue malo, el trabajo queda atrás y ambos disfrutamos sólo el momento. Su risa me contagia de buen humor. Generalmente cuando llego me ha cocinado algo especial o me tiene una sorpresa, nada complicado, pero me hace sentir único. Cuando pienso en ella, me considero afortunado de que esté en mi vida, y creo que haberla encontrado es maravilloso.
Deberías intentarlo: seguramente tu vida cambiaría para bien.
Pero dime, ¿se te había ocurrido que la mujer con quien salgo pudiera ser mi esposa?
Eso es justamente lo que ocurre. Yo continúo teniendo citas con mi esposa. El matrimonio no es el fin de todo lo que conocimos como solteros. Y tampoco debe ser el fin de las citas que tú y tu ahora esposa tenían antes de darse el “Sí, acepto”.
Cuando se descuida esa parte romántica y de conquista que a ambos les hacía sentir un cosquilleo al verse; cuando deja de emocionarles la cercanía del otro, significa que han dejado que les gane la rutina. Probablemente habrán asumido el rol que a cada uno le toca como casados (proveedor; ama de casa; profesionistas con distintas responsabilidades que mantienen el engranaje funcionando; quizá padre o madre) pero habrán dejado de ser ante todo una pareja enamorada.
La cuestión es que sólo cambió su estado civil. Quizá antes no vivían juntos y ahora sí, pero eso suena como algo positivo. Entonces, ¿hay alguna razón para que desaparezca el interés? Cuando sean padres las cosas serán un poco más complicadas, pero no hay nada que la buena comunicación y el deseo de seguir conquistando cada día a tu mujer no pueda salvar.
No permitas que se acaben las citas.